La crisis del liderazgo político no solo se reduce a Europa, Estados Unidos y demás países y continentes lejanos, sino que las ondas expansivas de ese fenómeno tocan con fiereza a Latinoamérica, una región que vio surgir en los últimos setenta años grandes figuras cuyas luces irradiaron la vida pública en todos los rincones del planeta.
En el trabajo anterior hice énfasis en la actual situación global de liderazgos endebles y opacos, en la cual se lidia, además, con una crisis del multilateralismo y del modelo económico, circunstancias que agravan la situación para los latinoamericanos que adolecemos de instituciones eficientes y eficaces, de un bajo crecimiento o estancamiento económico y estamos faltos de equilibrio social.
Las democracias latinoamericanas iniciaron su camino hacia el Olimpo en el año 1978, demostrando en este corto tiempo una buena capacidad para sortear los problemas estructurales, al tiempo que se generaron espacios para la consolidación de las libertades públicas.
América Latina dejó atrás el totalitarismo, sin que perdamos de vista que en este ínterin fuimos azotados por crisis severas, como aquella que arropó todas las economías del continente, expulsó de sus casas a una legión de latinoamericanos hacia los Estados Unidos y otros destinos, y se dio a conocer como la década perdida.
Con el surgimiento de las democracias en América Latina y de ciertos regímenes híbridos, se fue desgastando el sistema de partidos, en tanto el liderazgo fuerte, visionario, cautivador y paradigmático se agotó, como se acaba la tinta en el tintero, mientras aquellas cualidades que son esenciales para la toma de decisiones empezaron a brillar por su ausencia.
Como señalé en el trabajo anterior, América Latina no se quedó atrás en la escena política, pues pudo exhibir una serie de dirigentes políticos que hicieron frente a las dictaduras prevalecientes o, en otros casos, a los rezagos de regímenes autoritarios que cercenaron las libertades públicas y el ejercicio político en “Nuestra América”, como la llamó Martí.
Si bien es cierto que aquellas cualidades con las que nos identificamos de aquel liderazgo no son los únicos elementos a tomar en cuenta para trascender, las situaciones del momento en las que estos operan tienen mucho que ver para que su paso por la política deje huellas.
En la región del Caribe y Centroamérica, como reseñé en el ensayo anterior, al referirme a la fuerza del liderazgo en otros continentes, sobresalieron grandes protagonistas en la arena política, al margen su pensamiento ideológico. El general Omar Torrijos, en Panamá, fue una figura estelar que, sin ser político propiamente, creó un arraigo en los panameños que prevalece hoy. Su pensamiento y su legado perduran, a pesar de que no procedía de los partidos políticos.
Sin que pretenda hacer algún juicio de valor acerca de su ideología, en Centroamérica y el Caribe surgió Fidel Castro, en Cuba, cuyo proyecto tuvo una influencia determinante en el quehacer político del continente, pues la revolución cubana emerge en el momento en que parecían estar creadas las condiciones para que Estados Unidos completase su dominación en la región. Ese movimiento político revolucionario fue único, con tres figuras con personalidades y liderazgos propios: Castro, Ernesto -Che-Guevara y Camilo Cienfuegos.
En Nicaragua, aunque su accionar ha devenido en todo lo contrario de lo que combatió contra Anastasio Somoza, la dictadura, Daniel Ortega construyó en la década de los setenta y ochenta una imagen de un liderazgo carismático que se proyectó a nivel internacional por su lucha contra el somocismo. No son pocos quienes entienden que no es este el modelo democrático que representa los ideales de libertad en América en este momento.
Después de eclipsada la imagen de aquel trascendente político costarricense, José (Pepe) Figueres Ferrer, en Costa Rica emergió con la transición democrática Oscar Arias Sánchez, un político, economista, abogado y empresario que se ganó el respeto de propios y extraños, al extremo de que en el año 1987 conquistó el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para propiciar los acuerdos de paz en Centroamérica. Con una exitosa carrera académica y política, apegado a los principios éticos y morales, Oscar Arias es aun la figura más trascedente costarricense después de Pepe Figueres.
La socialdemocracia jamaicana proyectó un liderazgo en la persona de Michael Manley, líder del Partido Nacional del Pueblo (PNP), organización fundada en 1938 por su padre Norman Manley. Michael fue amigo del doctor José Francisco Peña Gómez y ambos fueron de la Internacional Socialista.
En el marco de la democratización de la isla Española, compartida por los Estados dominicano y haitiano, descollaron figuras que fueron esenciales en la consolidación de la democracia. En la parte este, tras la desaparición de la dictadura trujillista, tres nombres relucieron en el escenario político: Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Joaquín Balaguer.
Bosch y Peña Gómez se alternaron en la lucha desde la oposición contra Balaguer para la construcción democrática. Los dos desarrollaron agendas estelares para que el país hoy disfrute de un clima de paz. Con la desaparición de estos, la antorcha para el relevo, no obstante, fue pasada por Balaguer y Bosch al doctor Leonel Fernández, que gobernó tres períodos con luces y sombras, seguido de Danilo Medina con dos.El sustituto de ese liderazgo agotado lo encarnaría de arrancada Luis Abinader.
Luego que Haití saliera de la dictadura duvalierista, surgió un hombre que para muchos haitianos era mesiánico: Jean Bertrand Aristide. Sus gobiernos, sin embargo, no llenaron las expectativas y fue víctima de golpes de Estado, mientras Haití se hundía en el caos.
En América del Sur hemos tenido liderazgos autoritarios, democráticos y populistas. Juan Domingo y Evita Perón, en Argentina, estampas clásicas del populismo latinoamericano en contraposición del Estado oligárquico.
Augusto Pinochet y Alfredo Stroessner, uno en Chile y el otro en Paraguay, se destacaron como expresiones autoritarias de los cuarteles ejerciendo el poder político. Salvador Allende emergió como figura esencial de la democracia en Chile, pero se suicidó en el Palacio La Moneda, víctima del golpe de Estado militar en 1973.
Ricardo Lagos y Michelle Bachelet son otras dos estampas interesantes. También lo son Fernando Enrique Cardoso e Ignacio Lula Da Silva, en Brasil; Tabaré Vásquez y José Mujica, en Uruguay; Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez en Venezuela; Evo Morales en Bolivia; Rafael Correa en Ecuador.
En medio de 50 años de guerrilla, Colombia se las arregló para construir la democracia con figuras como Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancourt, Virgilio Barco, César Gaviria y Álvaro Uribe Vélez.
En el actual contexto en que es notable la ausencia de liderazgos fuertes en América Latina y el Caribe, a los EE. UU. les importa mucho menos la región de lo que solía interesarle desde que surgió el punto de vista de excluir la influencia extra hemisférica, militar e ideológica.
Hoy no hay escenarios creíbles en los que la seguridad militar del poderoso país del norte esté seriamente amenazada en o desde América Latina y el Caribe. Tampoco América Latina es hoy un posible blanco u origen del terrorismo internacional dirigido contra el tío Sam. Rasquémonos con nuestras propias uñas.