Construir un relato para sustituir la verdad no es una práctica de ahora. Estos tiempos, con su acelerada disrupción en las nuevas tecnologías, abrieron de par en par las puertas a la participación de los ciudadanos en los procesos de construcción de la opinión pública.
La versatilidad de los nuevos medios de comunicación hace que el trabajo de quienes hemos vivido de la cautivadora tarea de escribir sea más cómodo, no lo vamos a negar, pero también su democratización trae consigo otros desafíos que tienen que ser enfrentados con normas justas y democráticas, que no amenacen las libertades públicas, pero tampoco convierten en intocables a individuos, sin importar si son periodistas o falseadores de la verdad.
Con el discurrir de la historia, nos encontramos con hechos similares en circunstancias, contextos y actores distintos, donde los procesos de innovación tecnológica generaron legítimas sospechas, que solo el tiempo se encargó de colocar en su justo lugar.
Recordemos la reacción que tuvo el público con la Primera Revolución Industrial (1760-1840). Fue una suma de varias cosas: asombro, resistencia, entusiasmo y transformación social.
Como ocurre en el siglo XXl con la Inteligencia Artificial(IA), en el XVlll, la máquina de vapor y el nuevo transporte generó asombro y fascinación, pero la locomotora y el barco de vapor debían ser instrumentos y negocios sometidos a la libre competencia, regulados por el Estado.
Cuando vemos la historia del debate sobre su regulación, nos encontramos sorpresas.
En Estados Unidos ocurrió con los instrumentos y técnicas de exploración del petróleo y su comercialización, cuyo principal impulsor fue John D. Rockefeller con la Standard Oil en el siglo XlX. La Suprema Corte tuvo que disolver la Standard Oil y crear varias empresas nuevas para romper el monopolio.
El telar mecánico del que vivieron por muchos años cantidad de artesanos, incluidas la familia de Cristóbal Colón, desplazó mano de obra, generando revueltas como el movimiento «ludita» (1811-1816), que consistió en una reacción de los trabajadores destruyendo las máquinas porque estas los dejaban sin empleos, desvalorizando sus habilidades, tal como ocurre con la Inteligencia Artificial(IA).
Desde los medios de comunicación hasta intelectuales, mostraron en su momento cierta reticencia con los inventos. El escritor británico Charles Dickens fue uno de ellos. Aunque en su obra «Tiempos Difíciles» (1854), celebró el progreso, al mismo tiempo, condenó los sacrificios humanos.
Aquellos hechos vistos en retrospectiva, donde las fábricas y los ferrocarriles fueron satanizados por la alienación del trabajo industrial, hoy son ponderados como iconos del desarrollo y la modernidad.
La innovación tecnológica, sin importar la época, genera entusiasmo y resistencia.
También trae otros retos como la intención de querer monopolizar la tecnología o utilizarla con fines malsanos; siempre se corre el riesgo que caiga en manos de desaprensivos o, como dijo Umberto Eco, en control de idiotas que entienden que el resto de los humanos también lo es.
Después de 43 años en el ejercicio del periodismo, no albergo preocupación alguna porque se legisle a los fines de crear normas que regulen el ejercicio y el uso de los medios de comunicación. Ningún gobierno afilará cuchillo para su garganta, auspiciando una legislación que vulnere derechos previamente garantizados.
Hay otros hechos que sí deben llamarnos a una reflexión concienzuda. Uno de ellos es la participación de personas extraviadas manejando contenidos con el único fin de generar view, como para darle la razón a Umberto Eco.
No importa que elementos ajenos al quehacer diario de la comunicación y el periodismo, incursionen; si hay regulación, evitamos se cambie la verdad por un relato ruin, difamador, injurioso y chantajista.