México a 4 años de Gobierno de López Obrador

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El pasado noviembre la Ciudad de México fue testigo de dos marchas multitudinarias, ambas sintomáticas de la tensa coyuntura por la que atraviesa la nación latinoamericana.

A cuatro años de que comenzó el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el ambiente político en México sigue muy crispado. 

Mientras la oposición intenta avivar el rechazo hacia el mandatario, el oficialismo busca garantizar la continuidad de su proyecto político, la denominada ‘Cuarta Transformación’, adelantando los tiempos para el relevo.

Los partidos políticos del viejo régimen encontraron en el rechazo a la reforma electoral propuesta por el presidente López Obrador una ventana de oportunidad para volver a generar un ambiente de odio en contra del político tabasqueño.

Desde antes de la marcha del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución convocada el 13 de noviembre, sembraron un ambiente similar al de 2006, cuando los poderes fácticos tildaron a López Obrador de «antidemocrático» y lo acusaron de «querer perpetuarse en el poder». 

AMLO, decían en aquella época, tan pronto se hiciera de la Presidencia de la República, buscaría «concentrar un poder absoluto».

Cuando López Obrador rechazó los resultados de la elección de ese año, en la que se documentaron no pocas irregularidades, la oposición logró hacerse de aún más insumos para seguir apuntalando su campaña de odio.

La instalación de un plantón en Paseo de la Reforma en protesta por las anomalías del proceso electoral, según los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, revelaba el «verdadero rostro de López Obrador».

«Un hombre autoritario, violento, antidemocrático, que no respetaba la ley ni las instituciones». Fiel retrato de lo que el Consejo Coordinador Empresarial calificó como «un peligro para México» en una serie de spots ilegales difundidos ampliamente en radio y televisión.

La reforma electoral propuesta por el presidente López Obrador se amolda a la perfección a esta narrativa construida por los partidos del viejo régimen. Se dice que es una reforma que atenta contra el árbitro electoral, que le quita su autonomía.

También se afirma que, como los consejeros y magistrados pasarían a ser votados por el pueblo, «las instituciones electorales perderían su imparcialidad». 

En suma, la oposición insiste que se trata de una reforma orientada a fortalecer aún más el poder del partido en el Gobierno y, junto con ello, el del presidente López Obrador. 

Se estaría regresando, dicen, a los tiempos en que el árbitro electoral dependía directamente del Gobierno; algo muy similar a los tiempos en los que las elecciones eran organizadas por la Secretaría de Gobernación.

Todas estas afirmaciones son falsas. Ninguna de estas premisas está contenida en la reforma electoral propuesta por el presidente. No se sostienen. Pero eso no importa, de lo que se trata es de hacer ver al mandatario como un hombre autoritario.

Porque, dicen quienes simpatizan con la oposición, aunque el presupuesto del árbitro electoral es oneroso y los funcionarios de alto nivel sean poseedores de muchos privilegios; disminuir los gastos del Instituto Nacional Electoral constituye un golpe contra la democracia.

La narrativa de la oposición está clara: el proyecto político de López Obrador quiere perpetuarse en el poder y la reforma electoral es una vía para lograr este objetivo.

Entonces, para evitar que el oficialismo siga gobernando, hay que rechazar la reforma en el Congreso, hay que salir a marchar en defensa del árbitro. 

«El INE no se toca», rezaba la insignia de la convocatoria lanzada por los partidos políticos del viejo régimen y Claudio X. González Guajardo, el principal articulador de la alianza ‘Va por México’ que, luego de fracturarse por la aprobación de la reforma sobre la Guardia Nacional, ahora vuelve a agruparse en torno al rechazo hacia la reforma electoral.

Se sumará otro triunfo, según su perspectiva: la reforma será rechazada, dado que el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y sus aliados no cuentan con los votos suficientes para aprobar una reforma constitucional.

Igual que pasó cuando echaron abajo la reforma en materia eléctrica, la más importante del sexenio, los partidos de la oposición saldrán a decir que lograron poner un alto a los intentos de «imponer un régimen autoritario», que el oficialismo no logró salirse con la suya. «Que sí se le puede ganar Morena».

Con todo, se corre el riesgo que pase lo mismo que con la reforma eléctrica, que sea solo una victoria aislada, que no trascienda. Es que la oposición ha sido incapaz de articular un proyecto político, de presentar propuestas. 

Hasta el momento tampoco tienen un candidato fuerte, no hay un liderazgo con la capacidad de competir codo con codo contra alguno de los aspirantes del oficialismo a ocupar la silla presidencial.

La oposición también ha sido incapaz de disuadir a quienes apoyan a la denominada ‘Cuarta Transformación’. El discurso de odio ha servido para convocar a cada vez más gente, pero hasta el momento no ha podido encontrar una fórmula para convertirse en alternativa de Gobierno.

Porque no son pocos los errores del presidente López Obrador en cuatro años. Sin embargo, al corte de caja de hoy, el rechazo hacia los Gobiernos anteriores o la aprobación de la gestión actual, como se le quiera ver, siguen siendo más grandes. Así quedó demostrado el domingo pasado.

El 27 de noviembre López Obrador volvió al campo donde se siente más cómodo: la movilización popular. Decenas de miles de personas colmaron Paseo de la Reforma para llegar hasta el Zócalo y escuchar, desde ahí, tras 6 horas de un largo caminar y un calor seco y asfixiante, el discurso del presidente más votado en la historia de México.

Autoridades locales calculan que a la denominada «marcha del pueblo» asistieron por lo menos 1,2 millones de personas, la más nutrida hasta ahora en la historia de la izquierda mexicana.

Los simpatizantes de López Obrador marcharon esta vez no para protestar en contra de su desafuero, exigir el «voto por voto, casilla por casilla», o por la defensa de la industria petrolera, sino para conmemorar los primeros cuatros años de su Gobierno.

Cuatro años de una Administración que, a decir del mandatario y sus simpatizantes, representa una «verdadera transformación», un capítulo inédito en la historia de México, donde «ya no manda la oligarquía, sino el pueblo».

La marcha ‘lopezobradorista’ superó, de lejos, la convocatoria del 13 de noviembre, la de la oposición que, furiosa, acusó que el Gobierno federal echó mano del «acarreo», de la «coacción». 

La gente que está inscrita en los programas sociales fue obligada a marchar, según ellos. Hicieron trampa, sentenciaron Claudio X. González Guajardo y compañía.